OBSERVA NUESTRA PRESENTACION
Introducción.
Desde finales del siglo XIX, el desarrollo de los estudios textuales de la Biblia, junto con los descubrimientos de la arqueología bíblica, han resultado de extraordinario beneficio para la restauración del Texto Sagrado. Hoy, como nunca antes, nos encontramos en posesión de manuscritos que se acercan extraordinariamente a los documentos originales de la Biblia. Al mismo tiempo, estos des-cubrimientos y avances han puesto en evidencia numerosas variantes entre los distintos manuscritos, de manera que cuando las versiones de antaño son comparadas con textos más antiguos y fidedignos que aquéllos que sirvieron de base para su traducción, se manifiestan graves y numerosos defectos. La importancia de tales hechos no pueden ser subestimados,
toda vez que el traductor o intérprete, antes de explicar el significado de palabras,
frases e ideas de la Escritura, deberá interesarse por un problema precedente: ¿cuál es el texto original del pasaje? Que tal pregunta debe ser hecha (¡y contestada!), surge por dos circunstancias: a. ninguno de los documentos originales de la Biblia existe hoy día; y b. las copias existentes difieren una de otra. Al ser escritos en el frágil papyrus, y a causa del continuo uso que se les daba, los documentos originales pronto se destruyeron o extraviaron; y como en toda obra procedente de la antigüedad, el proceso de transmisión de copiado manuscrito es en extremo extenso (el antecedente épico de Job se remonta al segundo mileno antes de Cristo), es importan-te que el lector asuma una paciente actitud crítica ante el texto de la Sagrada Escritura.
Invención del Alfabeto.
La escritura alfabética era practicada por los fenicios en los alrededores del siglo XV a.C., aunque para ese tiempo ya estaba en uso en Palestina el estilo silábico babilónico cuneiforme. Es importante saber que solamente hubo un alfabeto en el mundo, el cual ha tomado diversas formas para adaptarse a los lenguajes que habían de ser empleados. La invención del alfabeto se atribuye a los semitas, por cuanto sus letras son peculiares a las lenguas semíticas.
La Confección de Libros Antiguos.
Hasta la invención de la imprenta en el siglo XV, el texto de la Biblia y cualquier otro tipo de escritura, so-lamente podía ser trascrito mediante un laborioso trabajo de copiar letra por letra y palabra por palabra. Por lo tanto, la consideración del proceso que envolvió la hechura y trascripción de manuscritos, es de suma importancia para el estudio del Texto Sagrado.
Materiales empleados.
Entre los diversos materiales utilizados en la antigüedad para la hechura de libros, tales como madera, hueso, metal, arcilla, papiro y pergamino, el estudiante de la Biblia ha de interesarse principalmente en los dos últimos: el papiro y el pergamino. La manufactura del papiro era un negocio floreciente en Egipto pues crecía abundantemente en las orillas del delta del Nilo. El pergamino, por su parte, tiene una historia interesante y está relacionada con la competencia de dos reyes por poseer la mejor biblioteca de la época, lo cual hizo que uno de ellos, Tolomeo Epífanes decretara durante su reinado (205-182 a.C.) un embargo sobre las exportaciones del papiro producido en Egipto. Esto obligó al rey de Pérgamo a buscar una fórmula alterna de materiales capaces de recibir la escritura. Fue así como se desarrolló la industria del pergamino, el cual era fabricado con pieles de ganado, antílopes, cabras, y ovejas, especialmente recién nacidos.
Forma.
El uso más antiguo del papiro como receptor de la escritura era en forma de rollo. Las hojas de papiro se unían lateralmente y luego se enrollaban en bastones cilíndricos, con un largo aproximado de 10 metros. El Evangelio según Lucas hubiera llenado normalmente esa medida. Los rollos eran relativamente difíciles de usar y la Iglesia Primitiva pronto descubrió cuán incómodo podía resultar encontrar un pasaje específico. De esta manera, antes de finalizar el primer siglo, se comenzó a utilizar la forma de códice, la cual consistía en doblar una o varias hojas de papi-ro y coserlas juntas. Es muy posible que la forma de códice haya sido una propuesta ideada por los cristianos gentiles en su afán por diferenciarse de la típica lectura en rollos utilizada en las sinagogas. Posteriormente, el pergamino fue también utilizado en forma de códice. En el 331 d.C. el emperador Constantino ordenó la elaboración de 50 copias de la Biblia en pergamino. Dos de ellas existen hoy día, y constituyen las copias manuscritas más importantes del texto del Nuevo Pacto: El códice Sinaítico y el códice Vaticano.
Transmisión y Alteración Textual.
En los primeros días de la Iglesia Cristiana, luego de que una carta apostólica era enviada a una congregación o a un individuo, o después que un Evangelio era escrito a fin de llenar las necesidades de un público lector en particular, se elaboraban copias con el propósito de extender su in-fluencia y facilitar a otros sus beneficios. Era, por lo tanto, inevitable que esas copias manuscritas contuvieran un número mayor o menor de difeencias en palabras con respecto a su original.
Causas Involuntarias.
La mayor parte de las divergencias surgieron por causas accidentales, tales como confundir una letra o palabra con otra parecida. Si, por ejemplo, dos líneas vecinas de un manuscrito comenzaban o terminaban con el mismo grupo de le-tras, o si dos palabras similares se encontraban juntas en la misma línea, era fácil para el ojo del copista saltar del primer grupo de letras al segundo, y así omitir una porción del texto. Esto se conoce como homoeteleuton. Inversamente, el escriba podría regresar del segundo al primer grupo y, sin querer, copiar una o más palabras dos veces. También las letras que se pronunciaban de igual modo, podían ser confundidas algunas veces por los escribas oyentes. Tales errores accidentales eran casi inevitables doquiera que se copiaban a mano largos pasajes, y había más posibilidades de que ocurrieran si el escriba tenía vista u oído defectuoso; si era interrumpido en su labor; o si a causa del cansan-cio, estaba menos atento de lo que debía estar.
Causas Deliberadas.
Otras divergencias en palabras, surgieron de intentos deliberados por suavizar formas gramaticales toscas, o por tratar de eliminar partes, real o aparentemente, obscuras en el significado del texto. Algunas veces, un copista substituía o añadía lo que le parecía ser una palabra o forma más apropiada, quizá derivada de un pasaje paralelo, que es lo que se llama armonización de lecturas similares. De esta manera, durante los primeros siglos que siguieron a la conformación del Canon del Nuevo Pacto, surgieron centenares, o más bien millares, de variantes textuales.
El Antiguo Pacto.
Se denomina Antiguo Pacto (la denominación Antiguo Testamento es incorrecta) al conjunto de Literatura Sagrada que los judíos llaman tenakh, abreviatura forma-da con las consonantes t-n-k (de la pronunciación Torah, Nebi’im, Ketubim, es decir, Ley, Profetas, Escritos), el cual constituye la fuente de revelación divina escrita más antigua. No encontramos ninguna referencia al arte de escribir en el libro de Génesis, aun donde se podría esperar mención al respecto (Gn. 23) o en ninguna otra parte del texto bíblico hasta antes de la época de Moisés. Es posible inferir, sin embargo, menciones a la escritura (Job 13.26) y al uso de sellarla (Gn. 38.18-25).
Transmisión del Texto Hebreo.
Dichos libros fueron escritos en lengua hebrea con pequeñas porciones en ara-meo. Los documentos originales salidos de la mano de los autores bíblicos se perdieron o fueron destruidos en algún momento de la historia, de tal manera que ninguno de ellos ha llegado hasta nosotros. Sin embargo, antes de su desaparición se hicieron copias manuscritas, y a lo largo de los siglos, el texto de dichos manuscritos se fue transmitiendo mediante un proceso de copiado manuscrito cuidadosamente elaborado. Algunas copias de dichos manuscritos han llegado hasta nosotros, ya sea en forma fragmentaria o completa. El texto completo más antiguo y fidedigno del Antiguo Pacto es el que se conserva en el llamado Códex Leningradiensis (cifrado B19a) que está datado en el año 1008 d.C. Fue copiado por el rabino Samuel ben Yaacob, y se conserva en el Museo de Leningrado, adonde fue llevado por el investigador Firkowitsch. Este texto ha sido editado en la Biblia Hebraica Stuttgartensia, acompañado de un impresionante aparato crítico formado principalmente por comparaciones con antiguas versiones, en griego, siríaco y latín. Aunque existen manuscritos algo más antiguos, como el Códice de Alepo (950 d.C.) y el Códice de los Profetas de El Cairo (895 d.C.), se trata de textos incompletos, apenas asequibles, como ocurre con el Códice de Alepo, perteneciente a la comunidad de los caraítas y celosamente guardado en la sinagoga de Alepo, sin que se puedan hacer copias ni estudiar su texto. También hay fragmentos aún más antiguos, como los de la genizá (depósito de la sinagoga) de El Cairo, que incluso se remontan hasta el siglo VI d.C., además de las famosas copias de Génesis e Isaías, y otros mss. hallados en las cuevas de Qumram, que datan del siglo II y I a.C.
Texto Consonántico y Vocalizado.
Es de notar que la lengua hebrea puede escribirse con tan solo las letras conso-nantes. De hecho, esa es la forma normal de escribir, tanto en el hebreo antiguo como en el moderno. Los signos que indican los sonidos vocálicos en el texto del Antiguo Pacto fueron una invención de los gramáticos de la escuela de Ben Asher, en Tiberias, entre los siglos IX y X d.C. Este sistema de vocalización se aplicó al texto consonántico con el fin de fijar su significado y evitar errores de interpretación. Existen pues dos elementos en el texto bíblico: a. El texto consonántico no vocalizado, que probablemente desde el Concilio (judío) de Yabné (siglo I d.C.) se convirtió en el texto normativo (también denominado texto masorético en referencia a los masoretas o copistas transmisores) y b. el texto vocalizado con el sistema tiberiense de Ben Asher, que, en competencia con otros sistemas de vocalización, fue definitivamente adoptado por la decisiva influencia de Maimónides. La combinación de ambos elementos –el consonántico y el vocálico- produjo el resultado final registrado en el Códex Leningradiensis. La fijación definitiva como el texto normativo del Antiguo Pacto, tanto en su aspecto consonántico como en el vocálico, se produjo con la aparición de la imprenta y la publicación en Venecia, en 1525, de la Biblia Rabínica de Jacob Ben Hayyim, mejor conocida como la Biblia de Bomberg.
Variantes Textuales.
A la vista de lo dicho sobre la transmisión del texto consonántico, y de la adop-ción del sistema vocálico en el Antiguo Pacto, es posible observar un panorama muy distinto del que presenta (como se observará más adelante) la transmisión textual del Nuevo Pacto, con sus miles de variantes. Como se ha dicho acertadamente, los distintos manuscritos hebreos exhiben una notoria monotonía. Casi todos ellos son copias medievales hechas con gran cuidado y exactitud (incluso contando el número de palabras para evitar repeticiones u omisiones). El texto consonántico, y el subsiguiente añadido vocálico, quedaron definitivamente congelados en los dos momentos ya apuntados de la historia (Concilio de Yabné e intervención de Maimónides respectivamente), con la exclusión definitiva de cualquier otro texto competidor. Si por variantes entendemos las diferencias textuales existentes entre manuscritos escritos en la misma lengua, entonces podemos decir que, por lo que se refiere al texto normativo hebreo, es decir, al aceptado por la comunidad judía y cristiana como representativo verdadero del texto sagrado, no existen variantes dignas de mención, como no sean muy pequeñas diferencias debidas a errores del copiado manuscrito.
Otros Textos del Antiguo Pacto.
No obstante, la transmisión textual no fue tan fácil y exenta de problemas como a primera vista parece. Hay muchos indicios de que, antes de la adopción formal del texto normativo, existieron otros textos que diferían del que hoy consideramos definitivo y autorizado. Estos indicios permiten afirmar que el la época anterior al nacimiento de Cristo existió una pluralidad de textos, y que a través de un proceso selectivo todos, menos uno, quedaron descartados. Los indicios son: a. El Pentateuco Samaritano, escrito en lengua hebrea, aunque con escritura paleo-hebrea, hacia el siglo IV a.C. Es el texto sagrado utilizado por los samaritanos. Contiene más de 6.000 variantes respecto al texto normativo, y aunque una mayor parte son variantes ortográficas, hay unas 2.000 que son variantes de significado, que se separan del texto normativo y, sin embargo, coinciden con la Septuaginta (versión griega del AP), con las citas del AP que aparecen en el NP, con los mss. del Mar Muerto, y con otros textos judíos que citan el AP. b. Los pasajes paralelos. Hay algunos pasajes en el texto hebreo que aparecen repetidos en otros libros bíblicos, aunque con algunas variantes. Tal es el caso de 2 Samuel 22 y el Salmo 18; de 2R. 18.13-20; 19 e Is. 36-39; del Salmo 40:14-18, el Salmo 70, etc. La comparación de estos pasajes paralelos permite inferir se trata de variantes del mismo pasaje, y no de pasajes distintos. c. El llamado ketibqeré (lo escrito-lo leído), correcciones gráficas que los copistas añadieron al margen del texto sagrado para indicar que, aunque una determinada palabra estaba escrita (ketib) de una manera, se debía leer (qeré) de otra. Existen no menos de 1300 de estos registros, y lo interesante es que en muchos de los antes mencionados pasajes paralelos, el queré no se encuentra en nota al margen sino incorporada en el texto mismo. Esto permite pensar que la mayoría de los ketibqueré son en realidad variantes provenientes de otros textos que se conservaron en esta indicación marginal. d. El papiro Nash, que es un pequeño manuscrito hebreo que contiene el Decálogo según Ex. 20:2ss. y Dt.5:6ss., seguido de la forma originaria de la oración shemá, es decir, Dt. 6:4ss. Las variantes consisten en una alteración del orden de los mandamientos, y de algunas frases antepuestas a la shemá, que también aparecen en la traducción griega Septuaginta, pero que faltan en el texto normativo. e. El Codex Severi, conocido solamente por referencias. Es un Pentateuco lleva-do a Roma tras la destrucción de Jerusalén (70 d.C.) y posteriormente regalado por el Emperador Severo (222-235 d.C.) a una sinagoga. En algunas Bibliotecas de Europa (París y Praga) se conserva una lista medieval de variantes de este códice. f. El Codex Hil.lel, se trata, también de un códice muy mencionado pero no bien conservado, pues con frecuencia fue utilizado como modelo para hacer copias, especialmente en la escuela de Toledo. En tiempos recientes se ha editado una copia facsimil de un manuscrito toledano del siglo XIII que, según registra su co-lofón, fue copiado del célebre Codex Hil.lel (hoy se encuentra en la biblioteca del Seminario Teológico Judío de Nueva York). g. Se tiene noticia de otros códices, mencionados en diversas obras del judaísmo y con variantes recogidas en algunos manuscritos hebreos tardíos. Ellos son: el Codex Muga, el Codex Jericho y el Codex Yerushalmí. h. Los escritos del Mar Muerto. Los hallazgos de la arqueología bíblica en las cuevas de Qumram (1947 d.C.) significaron la afloración de manuscritos que se consideran pertenecientes a un período que va del siglo II a.C, hasta el siglo I d.C. Los textos hebreos allí encontrados presentan, en general, una notoria coincidencia con los textos medievales que nos son conocidos. Sin embargo, a medida que el material del Mar Muerto se ha ido estudiando, se ha observado que también hay textos que presentan interesantes diferencias, como es el caso de los rollos A y B de Isaías (el rollo A presenta numerosas variantes, mientras que el rollo B es prácticamente el mismo texto normativo) y el texto bíblico del Comentario a Habacuc. Esto confirma la existencia de diferentes versiones del texto consonántico de la que finalmente se adoptó como texto normativo.
Versiones Antiguas del Texto Hebreo
Con el nombre de versiones se designa a las traducciones realizadas del texto original hebreo a otras lenguas. Entre estas versiones hay algunas que, por su antigüedad, merecen una atención especial, ya que sus diferencias con el texto normativo indican la probabilidad de haber tenido como base otro tipo de texto hebreo. Las más importantes son: a. La Septuaginta (LXX), producida para atender las necesidades del judaísmo de la Diáspora, pero posteriormente adoptada por el cristianismo helénico y descartada por los judíos. La Septuaginta es una traducción del hebreo al griego realizada a lo largo de un período entre el segundo y primer siglo a.C. Las diferencias textuales de esta traducción con el texto normativo son bastante numerosas, y ello refleja que la base hebrea en que se basó era diferente al texto normativo tal como hoy es conocido. b. La versión de Aquila y Símmaco, concluida hacia el año 170 d.C., que es otra traducción al griego, muy literal, hecha por los judíos para sustituir a la LXX. c. Los Targumim (traducciones) al arameo, que en realidad son paráfrasis más que traducciones. No son muy representativos a efectos de compararlos con los textos hebreos, pero sí interesantes por representar tradiciones orales muy anti-guas. d. La Peshitta es una traducción del texto hebreo al siríaco, de la que no se sabe con certeza si fue una obra cristiana o judía. Esta traducción refleja una fuerte influencia de los Targumim y de la Septuaginta, y puede considerarse como pro-ducida a finales del siglo II d.C. e. Finalmente, no se puede dejar de mencionar la Vulgata, traducción de Jerónimo al latín en el siglo IV. La base textual hebrea que se percibe en la obra de Jerónimo presenta similitudes con el empleado en la Sepuaginta, así como también una cierta influencia de los Targumim.
Los Masoretas.
A partir de aquel momento, el judaísmo tuvo buen cuidado de realizar una transmisión escrupulosa y detallada que estuvo a cargo de un grupo de escribas llama-dos masoretas (transmisores), los cuales realizaron una labor ingente de protección del texto sagrado. Esto fue realizado mediante la creación de anotaciones y comentarios (masora) que materialmente circundaban el texto sagrado en sus márgenes laterales (llamado Masora Parva) y superiores e inferiores (llamado Masora Magna) obteniendo así una minuciosa labor de cómputo y contabilización del número de versículos, palabras e incluso de letras de cada libro, determinando específicamente cuál letra ocupaba el centro de un determinado libro, o del Pentateuco. Con estas marcaciones, se impidió de hecho la corrupción textual de la Escritura en su larga transmisión manuscrita, de manera que el actual Texto Masorético representa, dentro de los misteriosos designios providenciales de Dios, el texto que podemos aceptar como la verdadera Palabra de Dios. De todo lo anterior, es posible concluir que el actual Texto Masorético (texto normativo) coexistió durante largo tiempo con otras ediciones del texto hebreo. Podemos hablar, entonces, de una etapa de fluidez en la formación del texto normativo, que abarca un período que va desde el siglo IV a.C. hasta el siglo I d.C. Con la obra del rabí Aqiba (y hasta su muerte en el 134 d.C.) se intensificó cada vez más el esfuerzo por suprimir todos los textos discrepantes del Texto Masorético, el cual ya había sido refrendado en el Concilio de Yabné, en el año 100 d.C. Como el mismo Talmud lo reconoce, el Texto Masorético es fruto de una cuidadosa transmisión realizada mayormente por escribas saduceos de la época hasmonea, los cuales, utilizando una técnica muy depurada, lograron determinar la fiabilidad de este tipo de texto.
El Nuevo Pacto.
En el caso del Nuevo Pacto (la expresión Nuevo Testamento es incorrecta), las condiciones de reconstrucción de su base textual griega se presenta de forma más compleja a causa de la multiplicidad de copias existentes. Durante el transcurso de más de catorce siglos, y hasta la invención de la imprenta, se llegaron a realizar miles de copias manuscritas del texto griego del Nuevo Pacto, de las cuales aproximadamente 5.300 se hallan hoy en existencia, presentando entre sí no menos de 250.000 de las llamadas variantes textuales.
Tipos de Texto.
Durante los primeros años de expansión de la Iglesia, se desarrollaron lo que hoy se conocen como textos locales del Nuevo Pacto. Esto es, a las nuevas congregaciones establecidas en grandes ciudades o cerca de ellas, tales como Alejandría, Antioquia, Constantinopla, Cartago o Roma, se le proveían copias de las Escrituras en el estilo que era corriente en esa área. Al hacer copias adicionales, el número de lecturas especiales e interpretaciones eran conservadas y hasta cierto punto aumentadas, de tal manera que llegó a crecer una clase de texto que era más o menos propio de esa localidad. Hoy es posible identificar la clase de texto preservado en manuscritos del Nuevo Pacto al comparar sus características textuales con las citas de esos mismos pasajes en los escritos de los padres de la Iglesia que vivían en los principales centros eclesiásticos, o cerca de ellos. Al mismo tiempo, las peculiaridades del texto local tendían a diluirse y mezclarse con otras clases de texto. Por ejemplo, un manuscrito del Evangelio según Marcos copiado en Alejandría y llevado luego a Roma, ejercería sin duda, alguna influencia en los copistas que transcribían el texto de Marcos que era corriente en Roma. Sin embargo, durante los primeros siglos, las tendencias a desarrollar y preservar un tipo particular de texto, prevalecieron a la mezcla de ellos. De esta manera, se formaron varios tipos de texto del Nuevo Pacto, de los cuales, los más importantes son el Alejandrino, el Occidental, el Cesariense y el Bizantino.
Texto Alejandrino.
Es usualmente considerado como el mejor y más fiel en la preservación del original. Sus características son la brevedad y la austeridad. Esto es, el Alejandrino es generalmente más corto que otras clases de texto, y no exhibe el grado de pulidez gramatical y estilística que caracteriza al tipo de texto Bizantino y en menor grado al tipo de texto Cesariense. Hasta muy recientemente, los dos principales testigos del tipo de texto Alejandrino eran el códice Vaticano y el códice Sinaítico, manuscritos en pergamino de mediados del siglo IV. Sin embargo, con la adquisición de los papiros Bodmer, particularmente el papiro 66 y el papiro 75 , ambas copias cercanas al fin del siglo II, existe evidencia de que el tipo de texto Alejandrino retrocede hasta un arquetipo ubicado en el principio del segundo siglo.
Texto Occidental.
Este tipo de texto era corriente en Italia, Galia, África del norte y otras partes, incluido Egipto. Puede también retrotraerse hasta el siglo segundo. Utilizado por varios de los padres como fueron Cipriano, Tertuliano, Ireneo, y Tatiano, su presencia en Egipto está demostrada por dos papiros: El papiro 38, cerca del 300 d.C. y el papiro 48, cercano al final del siglo III. Los manuscritos griegos más importantes que representan el tipo de texto Occidental son el códice Beza (s. V o VI), que contenía Evangelios y Hechos. El códice Claromontanus (s. VI), que con-tenía Epístolas Paulinas y, el códice Washingtonianus (final s. IV), conteniendo Mr.1.1-5.30. De igual manera, las versiones latinas antiguas son testigos notorios del tipo de texto Occidental, y se encuentran dentro de grupos principales, tales como las formas africana, italiana e hispana del texto latino antiguo. La característica principal del tipo de texto Occidental es su intensa paráfrasis.
Texto Cesariense.
Parece haberse originado en Egipto. Está respaldado por el papiro Chéster Beatty 45. Fue traído quizá por Orígenes a Cesarea, donde fue utilizado por Eusebio y otros de la época. De Cesarea fue llevado a Jerusalem, donde fue usado por Cirilo y por algunos creyentes armenios que en épocas tempranas tenían una colonia en Jerusalem. Los misioneros armenios llevaron el tipo de texto Cesariense a Georgia, donde influyó en la Versión Georgiana, como también en un manuscrito griego del siglo IX (códice Korideti). Parece, pues, que el tipo de texto Cesariense tuvo una larga y accidentada carrera. De acuerdo con los puntos de vista de la mayoría de eruditos, se trata de un texto oriental, y está caracterizado por una mezcla de lecturas occidentales y alejandrinas. También se puede observar un propósito de hacer elegantes las expresiones, distinción que es especialmente notable en el tipo de texto Bizantino.
Texto Bizantino.
Este es el último de los varios tipos distintivos de texto del Nuevo Pacto. Lo caracteriza su esfuerzo por aparecer completo y con mucha lucidez. Los constructores de este texto intentaron sin duda pulir cualquier forma ruda del lenguaje, combinar dos o más lecturas divergentes en una sola lectura expandida, denominada fusión, y armonizar pasajes paralelos divergentes. Este tipo de texto combinado, producido quizá en Antioquía de Siria, fue llevado a Constantinopla, donde fue distribuido ampliamente a través de todo el Imperio Bizantino. Su mejor representante hoy es el códice Alejandrino y la gran masa de manuscritos minúsculos. Así, durante el período transcurrido entre el siglo VI hasta la invención de la imprenta en el siglo XV, el tipo de texto Bizantino fue reconocido como el texto autorizado, fue el de mayor circulación y el más aceptado. La descripción clásica del tipo de texto Bizantino es hecha por Hort con las siguientes palabras "... Las cualidades que los autores del texto Bizantino parecieran más interesados en resaltar, son lo lúcido y lo completivo. Ellos estaban evidentemente ansiosos, hasta donde fuera posible, y sin recurrir a medidas violentas, por remover todas las piedras de tropiezo en el camino del lector ordinario. También estaban igualmente deseosos de que éste obtuviera los beneficios de la parte instructiva contentiva en todo texto existente, teniendo en cuenta no confundir el contexto o introducir aparentes contradicciones. Nuevas omisiones, por ende, son raras, y cuando ocurren, usualmente quieren contribuir a aparentar simplicidad. Por otra parte, abundan las nuevas interpolaciones, la mayoría de ellas hechas debido a armonizaciones u otra similitud, pero afortunadamente identificables por ser caprichosas o incompletas. Tanto en tema como en dicción, el texto Sirio (Bizantino) es visiblemente un texto 'completo'. Se deleita en pronombres, conjunciones, expletivos, y provee enlaces de todo tipo, así, como también añadiduras de consideración. Como distinguiéndose del valor denodado de los escribas occidentales y de la erudición de los alejandrinos, el espíritu de sus correcciones es al mismo tiempo sensible y débil. Totalmente irreprochable en bases literarias o religiosas respecto a una dicción vulgar o indigna, pero mostrando una ausencia de discernimiento crítico-espiritual, presenta el Nuevo Pacto en una forma blanda y atractiva, pero notablemente empobrecido en fuerza y sentido, más apropiado para la lectura rápida o recitativa que para el estudio diligente y repetido." Tal forma alterada de texto es la que proveyó las bases para casi todas las traducciones del Nuevo Pacto hasta el siglo XIX. El texto Bizantino sirvió de base para la edición de Erasmo de Rótterdam, publicada por Johann Froben en 1516. Esta versión griega del Nuevo Pacto y sus subsecuentes ediciones fueron ampliamente difundidas, reconocidas y aceptadas como el texto normativo de la iglesia protestante, y llegó a ser famoso por su nombre latino de Textus Receptus.
El Textus Receptus.
El invento de Juan Gutemberg, la imprenta de tipos movibles, produjo las más trascendentales consecuencias para la cultura y la civilización occidental. De allí en adelante, podrían reproducirse copias de libros más rápida y económicamente y con un grado de perfección hasta entonces nunca alcanzado. Muy apropiada-mente, la primera impresión importante de Gutemberg fue una magnífica edición de la Biblia. El texto era el de la Vulgata Latina de Jerónimo y fue publicada en Maguncia entre 1450 y 1456. Sin embargo, con excepción de algunos pasajes, el Nuevo Pacto griego tuvo que esperar hasta 1514 para ser impreso. Dos razones se le atribuyen a esta demora de casi setenta años. La primera de ellas fue lo difícil y costoso que resultaba la producción de tipos griegos de fundición necesarios para un libro de considerables dimensiones. La segunda, y más importante razón que demoró la publicación del texto griego, fue sin duda el prestigio de la Vulgata Latina de Jerónimo. Las traducciones en idiomas vernáculos no anulaban la superioridad del texto latino del cual provenían; pero la publicación del Nuevo Pacto griego ofrecía a cualquier erudito conocedor de ambas lenguas, una herramienta con la cual podía criticar y corregir la Biblia oficial de la Iglesia Romana. Sin embargo, paradójicamente, en 1514, el primer Nuevo Pacto Griego impreso salió como parte de una Biblia políglota católica. Planeada en 1502 por el Cardenal Primado de España, Francisco Jiménez de Cisneros, una magnífica edición del texto hebreo, arameo, griego y latino, fue impreso en la ciudad universitaria de Alcalá (Complutum). A pesar de que el texto complutense fue el primer Nuevo Pacto griego en imprimirse, no fue el primero en ser publicado (esto es, en ser puesto en circulación). Tal fue la edición preparada por el famoso erudito y humanista holandés Desiderio Erasmo de Rótterdam. No se puede determinar exactamente cuando decidió Erasmo preparar la edición del Pacto griego, pero durante una visita a Basilea en agosto de 1514, discutió, posiblemente no por primera vez, con el editor Johann Froben, la posibilidad de tal volumen. Sus negociaciones parecieron haberse roto por algún tiempo, pero fueron restablecidas durante una visita de Erasmo a la Universidad de Cambridge en abril de 1515. Fue entonces cuando Froben lo importunó a través de un mutuo amigo, Beatus Rhenanus, a fin de que se hiciera cargo inmediatamente de la edición del Nuevo Pacto griego. Sin duda Froben, habiendo oído la inminente salida de la Biblia políglota española y percibiendo que el mercado estaba listo para una edición del Nuevo Pacto griego, deseaba capitalizar la demanda antes que la obra de Jiménez fuera puesta en circulación, y la propuesta de Froben, que fue acompañada por la promesa de pagar a Erasmo "... tanto como cualquier otro pudiera ofrecer por tal trabajo", aparentemente llegó en el momento oportuno. Habiendo ido nuevamente a Basilea en julio de 1515, Erasmo esperaba encontrar algunos manuscritos griegos lo suficientemente buenos como para enviarlos a imprimir, y luego presentarlos juntamente con su propia traducción latina, en la que había venido trabajando de forma intermitente durante algunos años. No obstante, pudo comprobar con disgusto que los únicos manuscritos disponibles para ese momento requerían de cierto grado de corrección antes que pudieran ser usados como copias de impresión. A pesar de todo, el trabajo comenzó el 2 de octubre de 1515, y en un lapso asombrosamente corto de cinco meses (1 de marzo de 1516), la edición íntegra había sido concluida en un gran volumen folio de aproximadamente mil páginas, el cual, según el propio Erasmo declaró más tarde, había sido "... precipitado antes que editado". Debido al apresuramiento de la producción, el volumen contiene cientos de errores tipográficos. Al respecto, Scribener declaró: "... ¡es el libro con más errores que he conocido!". Por cuanto Erasmo no pudo conseguir un solo documento que contuviera el Nuevo Pacto completo, utilizó varios manuscritos para las distintas partes del mismo. Para la mayoría del texto se basó en... ¡dos! manuscritos, más bien inferiores, de una librería monástica de Basilea. Uno, de los Evangelios y otro, de Hechos y Epístolas, ambos con una fecha aproximada al siglo XII. Erasmo comparó los manuscritos con dos o tres de los mismos libros, corrigiendo ocasionalmente para el impresor, bien al margen o entre líneas del mismo manuscrito griego. Para el libro de Apocalipsis, no tenía sino un manuscrito también del siglo XII, que había tomado prestado de su amigo Reuschlin, y al cual desafortunadamente le faltaba la última hoja, contentiva de los últimos versículos del libro. Para estos versículos, lo mismo que para otros pasajes de Apocalipsis (en donde el texto griego y el comentario adjunto resultan indistinguibles por estar mezclados), Erasmo dependió de la Vulgata Latina, traduciendo del latín al griego. Como era de esperar del procedimiento, se encuentran aquí y allí lecturas del griego propio de Erasmo, que nunca han sido halladas en ningún manuscrito griego conocido, pero que, sin embargo, han sido perpetuadas hasta el día de hoy en las impresiones del llamado Textus Receptus. Incluso en otras partes del Nuevo Pacto, Erasmo introdujo ocasionalmente en el texto griego, material tomado de la Vulgata Latina. Por ejemplo, en Hechos 9.6, la pregunta que Pablo hace en el momento de su conversión en el camino a Damasco: "... él, temblando y teme-roso, dijo: Señor ¿qué quieres que yo haga?" lo cual constituye una obvia interpolación procedente de la Vulgata. Esta añadidura, que no se halla en ningún manuscrito griego en este pasaje, formó parte del Textus Receptus, el cual tomaron como base todas las versiones en idiomas vernáculos de Europa, y que son preservadas en sus revisiones actuales. Otra interpolación que no está respaldada por ningún manuscrito griego antiguo y fidedigno, es la conocida como el Comma Johanneum (1Jn.5.7-8), que Erasmo se vio obligado a introducir en su texto a causa de los ataques de los editores de la Políglota Complutense. Son hechos probados que el texto del Nuevo Pacto griego de Erasmo, se basó en no más de media docena de manuscritos minúsculos, es decir, escritos en letras minúsculas. El más antiguo y mejor de ellos, códice I, un minúsculo del sigo X, que concuerda en muchas partes con el texto Uncial antiguo, fue del que Erasmo menos se utilizó, pues... ¡temía acerca de sus posibles errores! La obra de Erasmo de Rótterdam, fue editada cinco veces, y más de treinta ediciones fueron realizadas sin autorización en Venecia, Estrasburgo, Basilea, París y otros lugares. Subsecuentes editores tales como Melchiore Sessa, Robert Estienne, Teodoro Beza, los hermanos Buenaventura y Abraham Elzevier, a pesar de haber realizado un número de alteraciones, reprodujeron vez tras vez esta adulterada forma de Nuevo Pacto griego, asegurándole una preeminencia tal, que llegó a alcanzar la preeminencia como texto normativo del Nuevo Pacto; y por más de cuatrocientos años resistió, y aún resiste hoy, todos los esfuerzos eruditos por ser desplazado en favor de un texto más fiel. El Textus Receptus sirvió como base de traducción del Nuevo Pacto hasta antes de 1881 a la mayoría de los idiomas vernáculos de Europa, incluido el castellano. Tan supersticiosa y pedante ha sido su inmerecida reverencia, que los intentos por criticarlo o enmendarlo han sido considerados como un sacrilegio; todo esto a pesar de que su base textual es esencialmente un manojo de manuscritos tardíos escogidos al azar y, por lo menos en una docena de pasajes, su lectura no está respaldada por ningún manuscrito griego conocido hasta el presente.
La Versión Reina-Valera.
Las primeras traducciones castellanas del Nuevo Pacto se realizaron al amparo de la Reforma, y para el momento de sus publicaciones no pudieron llegar a sus destinatarios debido al rígido control que ejercían los inquisidores en las fronteras españolas. Fue por ello que la primera versión traducida directamente del griego, obra de Francisco de Encinas, editada en Bruselas en 1543, tuvo que esperar algún tiempo para su distribución. Esto aconteció cuando su revisor, Juan Perez de Pineda, trabó contacto con un personaje muy singular, llamado Julián Hernández. Este hombre, quien más tarde llegó a ser conocido bajo el seudónimo de Julianillo, oportunamente se ofreció para introducir copias del Nuevo Pacto en España. Enfrentado a la terrible fuerza opositora de la Inquisición, Julianillo comenzó a realizar sus arriesgados viajes. Su audacia y valor eran extraordinarios y, vez tras vez, logró introducir abundante cantidad de ejemplares de Nuevo Pacto así como otra literatura reformista en su país, hasta que, finalmente, fue traicionado y entre-gado en manos de sus perseguidores, para ser quemado en la hoguera. Sin embargo, la labor de Julián Hernández no fue infructuosa, ya que antes de su captura logró esconder su precioso contrabando en varios sitios a lo largo del recorrido de su huida. Uno de estos lugares, fue nada menos que... un claustro de monjes católicos llamado San Isidro del Campo! El resultado de semejante hazaña no se hizo esperar. La Palabra de Vida comenzó su obra convirtiendo el corazón de muchos de los monjes del monasterio, quienes, por abrazar su nueva fe, se vieron forzados al exilio. Entre los primeros que huyeron de España fueron, uno, Casiodoro de Reina; otro, Cipriano de Valera. Recorriendo las ciudades protestantes de Europa, comenzaron sus labores de traducción de la Santa Biblia. Primero, habría de traducir Reina; luego al tiempo, revisaría Valera. Su ardua labor se refleja en parte de la "amonestación" que el primero dirige con estas palabras: La obra nos ha durado entre las manos enteros doce años. Sacado el tiempo que nos ha llevado o enfermedades, o viajes, u otras ocupaciones necesarias en nuestro destierro y pobreza, podemos afirmar, que han sido bien los nueve, que no hemos soltado la pluma de la mano, ni aflojado el estudio en cuanto las fuerzas así del cuerpo como del ánimo nos han alcanzado. Parte de tan larga tardanza ha sido la falta de nuestra erudición para tan grande obra, lo cual ha sido menester recompensar con casi doblado trabajo; parte también ha sido la estima que Dios nos ha dado de la misma obra, y el celo de tratarla con toda limpieza, con la cual obligación con ninguna erudita ni luenga diligencia se puede jamás satisfacer. La erudición y noticias de las lenguas, aunque no ha sido ni es la que quisiéramos, ha sido la que basta para entender los pareceres de los que más entienden, y conferirlos entre sí, para poder escoger lo más conveniente conforme al sentido y noticia que Dios nos ha dado de su Palabra. Nos hemos ayudado del juicio y doctrina así de los vivos como de los muertos, que en la obra ha podido dar alguna ayuda, consultado todas las versiones que hasta ahora hay, y muchas veces los comentarios. Tampoco nos ha faltado las experiencias y ejercicio de muchas de las cosas que trata y hace principal estado la divina Escritura, que de hecho es la mayor y más sustancial ayuda, no faltando las otras, para su verdadera inteligencia. El fruto de la labor de Casiodoro de Reina es la extraordinaria versión que hoy poseemos. Por su excelencia, sobrepuja todas las demás versiones castellanas de las Sagradas Escrituras. La pureza de sus expresiones constituye para la prosa española un aporte monumental no reconocido; para la Iglesia de Cristo, posee el incalculable valor de haber sido luz inicial de la Reforma. Hoy como ayer, por más de cuatro siglos, sus felices giros de expresión unen el pensamiento cristiano y son punto de concurrencia de las promesas y de la voluntad de Dios para sus hijos. ¡Somos, sin duda alguna, deudores a éste, nuestro maravilloso y más querido Libro! Sin embargo, como hemos podido apreciar en la narrativa anterior, y como veremos más adelante, en virtud del desarrollo de los estudios bíblicos realizados desde comienzos del siglo XIX hasta el presente, y con los descubrimientos de manuscritos griegos mucho más antiguos que aquellos que sirvieron de base para la traducción de Casiodoro de Reina, se han puesto en evidencia tan graves defectos en esa versión, que hacen indispensable considerar su revisión a la luz de un tipo de texto griego establecido sistemáticamente mediante una metodología que provea relativamente todas las citas de evidencia manuscrita.
Restauración Textual.
Mediante la investigación de las copias divergentes, la Crítica Textual procura establecer cuál forma de texto debería considerarse como la más cercana al original. En algunos casos, las evidencias se hallarán tan justamente divididas, que será extremadamente difícil decidir entre dos variantes. En otros casos, el crítico puede arribar a una decisión basada en razones más precisas, que lo mueven a preferir una variante y rechazar otra.
Período pre-crítico.
Los hechos más sobresalientes en la historia de los hombres que aplicaron la ciencia y el arte de la Crítica Textual en la búsqueda por restaurar el texto del Nuevo Pacto, se pueden resumir más o menos así: Durante los siglos XVII y XVIII, varios eruditos lograron recaudar una gran información de muchos manuscritos griegos, así como de las versiones antiguas y de los Padres Apostólicos. Sin embargo, con la excepción de dos o tres editores que tímidamente se atrevieron a corregir algunos de los más notorios errores del Textus Receptus, esta degradada base textual griega del Nuevo Pacto continuó siendo reimpresa edición tras edición hasta finales del siglo XIX.
El período crítico moderno.
No fue sino hasta la primera parte del siglo XIX, cuando el clásico alemán Karl Lachmann se aventuró a aplicar los criterios que había utilizado en la edición de textos griegos clásicos. Lachmann fue el primer erudito a quien se le reconoció haberse apartado totalmente del Textus Receptus. El demostró, por comparación de manuscritos, cómo éstos se podían retrotraer hasta sus arquetipos perdidos e inferir su condición y paginación. Al editar su Nuevo Pacto, la intención de Lachmann no era reproducir el texto original, lo cual consideraba una labor imposible, sino presentar, con puras evidencias documentadas y aparte de cualquier edición impresa previamente, el tipo de texto que era corriente en la cristiandad oriental al final del siglo IV. A pesar de los muchos obstáculos que encontró durante su trabajo y de las limitaciones de su obra, el juicio de la mayoría de los eruditos está de acuerdo con la evaluación que Hort ha hecho de Lachmann y su obra: Un nuevo período comenzó en 1831, cuando por primera vez, un texto fue construido directamente de antiguos documentos sin la intervención de ninguna edición impresa, y cuando el primer intento sistemático fue hecho para sustituir la elección arbitraria por el método científico en la discriminación de variantes textuales.
Descubrimientos.
El hombre con quien los críticos textuales modernos se encuentran más en deuda es sin duda Lobegott Friedrich Constantin Von Tischendorf. Este erudito buscó y publicó más manuscritos y produjo mayor número de ediciones críticas de la Biblia griega que ningún otro. Entre 1841 y 1872 preparó ocho ediciones críticas del Nuevo Pacto griego, algunas de las cuales fueron reimpresas solas o junta-mente con versiones alemanas y latinas, así como también 22 volúmenes de manuscritos de textos bíblicos. El número total de sus libros y artículos, la mayoría de ellos relacionados con la crítica bíblica, supera los ciento cincuenta. Mientras estudiaba teología en Leipzig (1834-38), el joven Tischendorf estuvo bajo la influencia de Johann Winer, cuya gramática del Nuevo Pacto Griego logró muchas ediciones y permaneció como la normativa por varias generaciones. Winer supo infundir en su pupilo la pasión por la búsqueda y aplicación de los testigos más antiguos necesarios para reconstruir la forma más pura de la Escritura griega. A esta tarea se dedicó el joven erudito, quien escribiendo a su novia en cierta ocasión, le declaró: "... estoy confrontado con una labor sagrada: La lucha por recobrar la forma original del Nuevo Pacto". A los veinticinco años de edad, Tischendorf descifró el palimpsesto códice Efraemi; viajó extensamente por toda Europa y el Cercano Oriente en busca de manuscritos nuevos y antiguos; los examinó y los editó, y en 1859 descubrió en el Monasterio de Santa Catalina, en el Monte Sinaí, el documento que tiene la primacía entre los testigos más fieles y antiguos del Nuevo Pacto: el códice Sinaítico.
El Códice Sinaítico.
En 1844, cuando aún Tischendorf no tenía 30 años y se desempeñaba como catedrático de la Universidad de Leipzig, comenzó un extenso viaje por el Cercano Oriente en busca de manuscritos bíblicos. Mientras visitaba el monasterio de Santa Catalina en el monte Sinaí, tuvo oportunidad de observar una cesta de basura que contenía algunas hojas de pergamino, la cual iba a ser usada para alimentar el fuego de la estufa. Al examinarlas, demostraron ser parte de una copia de la Versión Septuaginta del Antiguo Pacto. Tischendorf logró retirar de la cesta no menos de 43 hojas, mientras los monjes casualmente le comentaban que … ¡dos cestas iguales acababan de ser quema-das en la chimenea!. Momentos más tarde, cuando le mostraron otras porciones del mismo códice (contenía todo Isaías y el libro cuarto de Macabeos), él advirtió a los monjes que tales cosas eran demasiado valiosas para alimentar el fuego. Con las 43 hojas que se le permitió retener, las cuales contenían porciones del Primer Libro de Crónicas, Jeremías, Nehemías y Esther, hizo una publicación en 1846, nombrando tales documentos como el códice Federico Augustanus. En 1853, Tischendorf volvió a visitar el monasterio con la esperanza de hallar otras porciones del mismo manuscrito. No obstante, la alegría demostrada con el hallazgo anterior había hecho a los monjes más cautelosos, y no pudo conseguir nada adicional al manuscrito. En el año de 1859, los viajes llevaron a Tischendorf nuevamente al Monte Sinaí, esta vez bajo los auspicios del Zar de Rusia, Alejandro II. El día anterior a su partida, Tischendorf presentó al abad del monasterio una copia de la edición de la Septuaginta que recientemente había publicado en Leipzig. Fue entonces cuando el abad le comentó que él también poseía una copia similar, y acto seguido sacó de su armario un manuscrito envuelto en una tela roja. Allí, ante los ojos atónitos del erudito, reposaba el tesoro que por tanto tiempo había deseado encontrar. Tratando de controlar sus emociones y aparentando normalidad, Tischendorf solicitó hojear someramente el códice, y luego de retirarse a su aposento, pasó toda la noche en el indescriptible gozo de estudiar el manuscrito, como declara su diario en latín quippe dormire nefas videbatur (verdaderamente hubiera sido un sacrilegio dormir). Durante esa noche, pudo comprobar que el documento contenía más de lo que hubiera esperado, pues no sólo estaba la mayor parte del Antiguo Pacto, sino que el Nuevo Pacto se encontraba completo, intacto y en excelente estado de preservación, con la adición de dos trabajos cristianos del siglo II: La Epístola de Bernabé y una extensa porción del Pastor de Hermas, conocido hasta entonces sólo por su título. La siguiente mañana, Tischendorf trató sin éxito de comprar el manuscrito. Luego, pidió permiso para llevar el documento a El Cairo a fin de estudiarlo, pero tampoco le fue concedido, y tuvo que partir sin él. Más tarde, mientras se encontraba en El Cairo, lugar donde los monjes también tenían un pequeño monasterio, Tischendorf solicitó al superior del mismo, para que éste solicitara el manuscrito. El superior aceptó con la condición de que se intercambiaran mensajeros beduinos, los cuales traerían y devolverían el manuscrito cuaderno por cuaderno (ocho a diez hojas por vez), mientras Tischendorf procedía a copiarlo. Teniendo por copistas a dos alemanes que se encontraban en El Cairo, un farmacéutico y un bibliotecario, que tenían conocimientos del griego, y bajo la cuidadosa supervisión de Tischendorf, éste comenzó su trabajo de transcribir las 110.000 líneas del texto, el cual terminó en un lapso de dos meses. La próxima etapa de negociaciones, envolvió lo que en un eufemismo podríamos llamar diplomacia eclesial. Para ese tiempo, el cargo de mayor autoridad entre los monjes del Sinaí se hallaba vacante. Tischendorf sugirió que sería muy ventajoso para ellos hacer un apropiado regalo al Zar de Rusia, cuya influencia como protector de la iglesia griega ellos deseaban, y… ¿cuál podría ser mejor regalo que el viejo manuscrito? Después de largas negociaciones, el precioso códice fue entregado a Tischendorf para su publicación en Leipzig y para presentarlo al Zar en nombre de los monjes. La publicación definitiva del códice fue hecha en 1911-22 por la Universidad de Oxford. Luego de la revolución rusa, al no estar interesada la Unión Soviética en la Biblia, y por necesidades económicas, negociaron su venta con los encargados del Museo Británico por 100.000 Libras Esterlinas, cantidad que fue pagada por mitades entre el Gobierno inglés y una suscripción popular, de individuos y congregaciones en Inglaterra y Estados Unidos. Al finalizar el año 1933, el manuscrito fue depositado en el Museo de Londres, donde permanece hasta hoy.
Hombres Abnegados.
En Inglaterra, el erudito que, a mediados del siglo XIX, tuvo más éxito en alejar la preferencia inglesa por el Textus Receptus fue Samuel Tregelles. Cuando aún tenía veinte años, Tregelles comenzó a hacer planes para una edición crítica del Nuevo Pacto. Sin saberlo, Tregelles desarrolló con una similitud asombrosa principios de crítica paralelos a aquellos de Lachmann. De ahí en adelante, se dedicó a la comparación de manuscritos griegos, y viajó extensamente a través de toda Europa con este propósito. Su cuidadoso y sistemático examen de casi todos los manuscritos unciales hasta entonces conocidos y varios minúsculos importantes, resultaron en la corrección de muchas citas erradas por previos editores. También revisó nuevamente las citas del Nuevo Pacto que se encuentran en los escritos de los padres de la Iglesia hasta Eusebio, así como las versiones antiguas, hasta producir, finalmente una edición que publicó entre 1857 y 1872. A pesar de su pobreza, oposiciones y enfermedades, Tregelles superó todas las dificultades y dedicó todo el tiempo de su vida a labores meticulosas sobre el texto del Nuevo Pacto como un acto de adoración y compromiso con Dios, como él mismo declara en el prefacio de su edición: "... En la creencia plena de que será para el servicio a Dios, al servir a su Iglesia."
Hombres de Valor.
Merece también mencionarse a Henry Alford, como un ardiente abogado de los principios de la crítica textual formulados por aquellos que, como Lachmann, habían trabajado, según sus propias palabras, en "... la demolición de la inmerecida y pedante reverencia por el Textus Receptus el cual obstruyó el camino de toda posibilidad de descubrir la genuina Palabra de Dios".
La Ciencia de la Crítica Textual.
El año de 1881 tiene un significado especial por la publicación de la más notable edición crítica del Nuevo Pacto Griego jamás producida. Después de 28 años de trabajo, Westcott y Hort, ambos profesores de Divinidad en Cambridge, produjeron en dos volúmenes el Nuevo Pacto en Griego Original. A diferencia de editores anteriores, ni Westcott ni Hort se abocaron a la compa-ración de manuscritos ni tampoco proveyeron un aparato crítico. Más bien, utilizando colecciones de variantes textuales previas, perfeccionaron la metodología crítica desarrollada por Griesbach, Lachmann y otros, y la aplicaron rigurosamente pero con discriminación, a los testigos textuales del Nuevo Pacto. Los principios y procedimientos de la crítica textual elaborada por ellos son demasiado extensos para explicarlos en detalle ahora, pero pueden resumirse suma-riamente como lo determinaron en su introducción, a saber: a. Las evidencias internas de la lectura; b. las probabilidades intrínsecas y de trascripción; c. los grupos de evidencias internas y d. las evidencias genealógicas. Al mirar en retrospectiva y evaluar la obra de Westcott y Hort, puede decirse que los eruditos de hoy día están de acuerdo en que la principal contribución hecha por ellos fue la clara demostración de que el texto Bizantino, es posterior a otros textos. Tres formas principales de evidencias respaldan este juicio: primero, el texto Bizantino contiene lecturas combinadas o fusionadas que son claras composiciones de elementos de otros textos más antiguos; segundo, ninguno de los padres ante-niceno cita lectura alguna del texto Bizantino; y tercero, en la comparación entre las lecturas sirias (bizantinas) con otras rivales, su aspiración de ser aceptada como original se encuentra gradualmente disminuida y finalmente desaparece. No puede ser sorpresa que el total rechazo que Westcott y Hort mostraron hacia las aspiraciones del Textus Receptus de ser el original del Nuevo Pacto, fuera visto con alarma por muchos hombres de la iglesia, y encontrara serias oposiciones. Baste decir que todos aquellos que se opusieron a la obra de Westcott y Hort no alcanzaron a comprender la fuerza del método genealógico, según el cual el texto más tardío y combinado se evidencia como secundario y corrupto. Este muy breve recuento de la obra de Westcott y Hort puede concluir con la observación de que el consenso mayoritario de opiniones eruditas reconoce que sus ediciones críticas fueron verdaderamente extraordinarias. Ellos presentaron lo que sin duda es el más puro y antiguo texto que podía ser obtenido con los medios de información de la época. A pesar de que el descubrimiento de nuevos manuscritos ha requerido la nueva alineación de ciertos grupos de testigos, la validez general de sus principios y procedimientos críticos son ampliamente reconocidos por los eruditos textuales contemporáneos.
El Arte de la Crítica Textual.
Durante su larga y fructífera vida, Bernhard Weiss, profesor de exégesis del Nuevo Pacto en Kiel y Berlín, editó el Nuevo Pacto Griego. Por ser primeramente un buen teólogo, trajo a su labor un amplio y detallado conocimiento de los problemas teológicos y literarios del texto del Nuevo Pacto. En lugar de agrupar los manuscritos y evaluar las variantes por la vía del respaldo externo, Weiss discriminó entre las lecturas variantes de acuerdo con lo que a él le parecía el sentido más apropiado del contexto. Su procedimiento consistió en recorrer cada uno de los libros del Nuevo Pacto con un aparato crítico y considerar las más importantes variantes textuales, seleccionando en cada caso la lectura que le parecía justificada; como Hort hubiera dicho: "por probabilidad intrínseca". Después que Weiss editó su texto al adoptar las variantes que le parecieron más apropiadas de acuerdo con el estilo y teología del autor, hizo una lista de los dife-rentes tipos de error que observó entre las variantes textuales, y evaluó cada uno de los principales manuscritos de acuerdo a su relativa liberación de tales faltas. En la asignación del grado de pureza de los manuscritos griegos, en los distintos tipos de error, Weiss determinó que el códice Vaticano era el mejor. No sorprende entonces, que el carácter general de la edición de Weiss fuera extraordinariamente similar a la de Westcott y Hort, quienes se apoyaron tanto en el códice Vaticano. La importancia del texto editado por Weiss consiste en que, no solamente expresa la opinión madura de un gran erudito exegeta, quien dio años de detallada consideración al significado del texto; si no que es importante porque los resultados de su aparente metodología subjetiva, confirman los resultados de otros eruditos que siguieron un procedimiento distinto, calificado algunas veces como más objetivo por comenzar por el agrupamiento de los mismos manuscritos.
Otros avances.
El texto del Nuevo Pacto prosiguió su proceso de restauración mediante la aplicación de la ciencia de la crítica textual, a través de las extensas y pacientes labores realizadas por Souter, von Soden, Merk, Bover, Nestle, Legs, Tasker, y muchos otros, acerca de los cuales no nos es posible hablar ahora. Es importante mencionar que todos ellos fueron ayudados por los descubrimientos de la arqueología bíblica durante la primera mitad del siglo XX, que arrojaron, como nunca antes, una potente luz en la restauración del texto sagrado.
Héroes contemporáneos
En 1966, luego de una década de labores de investigación textual realizada por un Comité Internacional integrado (entre otros) por Kurt Aland y Bruce Metzger fue publicada una edición del Nuevo Pacto Griego diseñado especialmente para traductores y estudiantes. Su aparato textual, que provee relativamente todas las citas de evidencias manuscritas, incluye cerca de mil cuatrocientos cuarenta juegos de variantes textuales, escogidos especialmente en vista de su significado exegético. Contiene igualmente un aparato de puntuación que cita diferencias significativas en más de 600 pasajes, coleccionados de cinco ediciones del Nuevo Pacto griego y diez traducciones al inglés, francés y alemán. Durante la reconstrucción de este texto Griego se tomó como base la edición de Westcott y Hort, y se evaluaron todos los descubrimientos acontecidos durante el siglo XX, en el cual existen documentos manuscritos mucho más antiguos del Nuevo Pacto, como nunca antes. Gracias a ello, ha sido posible producir ediciones de las Sagradas Escrituras con palabras que se aproximan hoy más que nunca a aquellas registradas en los Autógrafos Originales.
El Texto Griego Normativo.
De la narrativa anterior el lector ha podido apreciar cómo, durante los 14 siglos en que el Nuevo Pacto fue transmitido en copias manuscritas, llegaron a volcarse en su texto numerosos cambios. De los aproximadamente 5.300 manuscritos conocidos hoy, no existen siquiera dos que coincidan en todos sus particulares. Al ser confrontados con esta masa de lecturas en conflicto, el Comité Editorial ha de decidir cuál registro merece ser incluido en el texto como original, y cuál debe ser relegado al aparato crítico a pie de página. A pesar de que, a primera vista, la tarea de restauración puede parecer una tarea imposible de realizar a causa de las miles de variantes de lectura envueltas en la decisión, los eruditos han logrado desarrollar a través del tiempo ciertos criterios de evaluación que hoy son generalmente aceptados como efectivos para la realización de tales tareas. Dichas consideraciones dependen, como se podrá apreciar más adelante, de un régimen de probabilidades. En ocasiones, el crítico textual deberá sopesar una contra otra un conjunto de esas probabilidades. Pero es oportuno advertir que, a pesar de que los criterios de evaluación han sido desarrollados en forma metódica, y pudiera decirse, científica, uno no puede presuponer que una aplicación estereotipada siempre resolverá el problema. El rango y la complejidad de los datos textuales son tan inmensos, que ningún sistema de preceptos, por meticuloso que sea, podrá jamás ser aplicado con precisión matemática. Cada una de las variantes textuales necesita ser considerada individualmente, jamás juzgada conforme a reglas fijas. Con esta advertencia en mente, el lector podrá apreciar que los lineamientos generales de criterios son propuestos sólo como una conveniente descripción de las consideraciones más importantes que la Crítica Textual contemporánea tuvo en mente al seleccionar las variantes textuales. Entre las principales categorías que asistieron en la evaluación del valor relativo de las variantes textuales, se encuentran aquellas que envuelven: a. la Evidencia Externa, que tiene que ver con los manuscritos mismos, y b. la Evidencia Interna, que tiene que ver con las probabilidades intrínsecas, es decir, aquellas relaciona-das con los hábitos de los escribas y con el estilo del autor. Veamos un poco más en profundidad las normas para el establecimiento del Texto Normativo: Las consideraciones que abarcan las evidencias externas, de-penden de: 1. Fecha y carácter del testigo. En general, los manuscritos más antiguos se encuentran menos propensos a los errores producidos por la repetición del copiado manuscrito. Sin embargo, de mayor importancia que la antigüedad del documento mismo es la antigüedad y el carácter del tipo de texto que representa, así como el esmero del copista al producir el manuscrito. 2. Relación genealógica de textos y "familias" de testigos. La sola cantidad de testigos en respaldo de una variante textual no necesariamente prueba su superioridad sobre esa variante. Por ejemplo, si en una oración específica la lectura y está respaldada por veinte manuscritos y la lectura x por un sólo manuscrito, el respaldo numérico relativo que favorece a y no sirve de mucho si se comprueba que los veinte manuscritos son copias provenientes de un solo original que ya no existe, cuyo escriba introdujo en principio esa particular variante. En ese caso, la comparación deberá ser hecha entre el manuscrito que contiene la lectura x y el único testigo antepasado de los veinte que contiene la lectura y. 3. Los testigos han de ser sopesados antes que contados. Aquellos testigos que son considerados generalmente fieles en casos específicos, se los debe considerar predominantes en los casos donde los problemas textuales son ambiguos y su solución incierta. Al mismo tiempo, sin embargo, por cuanto el peso relativo de las varias clases de evidencias difiere de las distintas clases de variantes, no debe realizarse una mera evaluación mecánica de las evidencias. La evidencia interna envuelve dos clases de probabilidades: Las probabilidades de trascripción, que dependen de los hábitos de los escribas, y de las condiciones paleográficas en los manuscritos, y las probabilidades intrínsecas dependientes de consideraciones respecto a qué es lo que el autor pudo haber escrito. Con respecto a las probabilidades de trascripción, tenemos que: 1. En general, la lectura más difícil es preferida, particularmente cuando el sentido se muestra erróneo en la superficie, pero en posteriores consideraciones prueba ser correcto. (Aquí, la expresión " más difícil significa aquello que debería haber sido más difícil para el escriba, quien hubiese podido sentirse tentado a hacer una enmienda. La mayoría de las enmiendas hechas por los escribas demuestran siempre una gran superficialidad, combinando a menudo la apariencia de mejorar el texto con la ausencia de su realidad (Westcot y Hort). Obviamente la categoría lectura más difícil es relativa, y en oportunidades se alcanza un punto en donde la lectura que se juzga es tan difícil, que sólo pudo haber surgido por un accidente de trascripción. 2. En general, la lectura más corta es preferida, excepto cuando el ojo del copista pudiera haber pasado inadvertidamente de una palabra a otra por tener un orden similar de letras; o donde el escriba pudiera haber omitido material por considerarlo superficial, tosco, contrario a creencias pías, usos litúrgicos o prácticas ascéticas. 3. Por cuanto la tendencia de los escribas era con frecuencia poner los pasajes divergentes en armonía unos con otros en pasajes paralelos (bien en citas del Antiguo Pacto o en distintas narrativas de un mismo evento en los Evangelios), se prefiere la lectura que envuelve disidencia verbal a aquella que es verbalmente concordante. 4. Los escribas, en algunas oportunidades, reemplazaban una palabra poco común por un sinónimo más familiar, alteraban una forma gramatical tosca o una expresión lexicográfica poco elegante, de acuerdo con sus preferencias de expresión contemporáneas, o añadían pronombres, conjunciones y expletivos a fin de suavizar el texto. En el caso de las probabilidades intrínsecas, el crítico textual toma en cuenta: 1. En general, el estilo y vocabulario del autor a través del libro; el contexto inmediato; y armonía con el estilo del autor en otras partes del texto. 2. En los Evangelios, el trasfondo arameo en las enseñanzas de Jesús, la priori-dad del Evangelio según Marcos, y la influencia de la comunidad cristiana respecto a la formulación y transmisión del pasaje respectivo. Es obvio que no todos estos criterios son aplicables en cada caso. El crítico textual debe reconocer cuándo es necesario otorgar mayor consideración a una clase de evidencia y menos a otra. En algunos casos es inevitable que los eruditos arriben a distintas evaluaciones en el significado de las evidencias, y así, estas divergencias se tornan casi inevitables cuando, como a veces sucede, las evidencias están tan divididas que, por ejemplo, la lectura más difícil es hallada en los testigos más recientes, o la lectura más larga es hallada solamente en los testigos más antiguos.
Epílogo.
Sin perjuicio de que la puesta en práctica de los principios antes mencionados contribuye significativamente a la reconstrucción del Texto Sagrado, uno no ha de considerar que tales procedimientos sean estereotipados y doctrinarios. En palabras de A. E. Housman, el criticismo textual no es una rama de las matemáticas u otra ciencia exacta. No trata con asuntos rígidos o constantes, como líneas o números, sino fluidos y variables, tales como son las aberraciones del corazón y la fragilidad de la mente humana y la de sus insubordinados servidores: los dedos humanos. No es, por tanto, la Crítica Textual susceptible de principios precisos e inamovibles. De hecho, sería mucho más fácil si así fuera, y quizá es por ello que algunos pretenden creerlo así, o al menos se comportan como si así fuera. Claro está que si uno quiere, puede tener reglas fijas y aceradas, pero entonces se tendrán reglas falsas, que lo guiarán mal, por cuanto su simplicidad demostrará ser inaplicable ante problemas que no son simples, sino complicados, por el rol que juega la personalidad. Por ejemplo, las labores de un crítico textual no se parecen en absoluto a las de un astrónomo investigando el movimiento de los planetas; más bien se parecen a las de… ¡un perro cazando pulgas! Si un perro tratara de cazar pulgas confiado en principios matemáticos, basando sus investigaciones en estadísticas de área y densidad poblacional, excepto por accidente, jamás cazaría una sola pulga. Similarmente, los asuntos relacionados con la reconstrucción del Texto Sagrado son de una diversidad y complejidad tal, que cada caso ha de ser tratado individual-mente, y cada problema que se le presenta al crítico textual, debe ser considera-do, posiblemente, como un caso único.
Página modificada el 17 de Agosto del 2013 Derechos reservados
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